9-7-2009
Me encontraba caminando por el microcentro porteño, parecía ser un día de semana por la mañana. Supongo esto porque tenía la sensación-certeza de que era un día laborable y porque el sol se veía claramente al este.
Yo estaba en la Avenida 9 de Julio, del lado de Cerrito, levanté la vista en dirección a la vereda opuesta y vi dos (o quizás tres, no lo recuerdo con exactitud) bombas cayendo desde el cielo, detrás de los edificios, a una distancia que me resulta (y aun me resultó en ese momento) imposible de determinar. Sonreí (quizás hasta reí tontamente), al tiempo que dije: ?esto es raro? no va a quedar así? no terminó?. Y en el preciso instante en el que acabé de pronunciar esa frase (en voz alta, aunque me hablaba a mí mismo, puesto que estaba solo), una columna de humo de un color gris anaranjado surgió desde detrás de los altos edificios, supongo que proveniente del sitio en el que habían caído las bombas. Este humo no era espeso ni abundante, era más bien escaso y se dispersó prontamente.
De inmediato, y desde la dirección en la que cayeron las bombas, comenzó a aparecer gente corriendo aterrorizada, gritando, al tiempo que una voz omnipresente, desde el cielo, anunciaba con un tono claro y metálico: ?han cometido un gran error, han hecho cosas que no debían hacer, han usado cosas que no debían usar?. Naves con forma de platillos voladores aparecieron en el cielo, que tenía un color anaranjado, como de amanecer, y dirigían potentes rayos destructores hacía la gente. Estos rayos no estaban lanzados al azar, sino específicamente hacia quienes ?ellos? deseaban destruir. Yo me sentía a salvo, ?sabía? que lo que los extraterrestres querían era destruir a quienes utilizaban algún tipo de tecnología (computadora, celular, etc.), y yo en ese momento no estaba usando nada de eso. Sí, me sentía a salvo. Completamente a salvo en medio de la destrucción. No sé como es que sabía eso, pero lo sabía. Los rayos (también anaranjados) llegaban desde las naves que sobrevolaban el centro de Buenos Aires y seguían matando gente. La voz que provenía del cielo continuaba resonando en todos lados: ?hicieron todo mal y lo tienen que pagar?.
De repente pensé en Silvina, miré la hora en mi celular: 19:11. Quizás ella estaba a salvo, pensé, en el tren, volviendo a su casa. Eso era posible, dado el horario, pero no era descabellado pensar que, quizás, aún estuviera en el centro, y por ende, en peligro. No sé por qué pero en esos momentos estaba convenció de que el ataque alienígena estaba ocurriendo sólo en el centro.
Me detengo un instante en esta particularidad, que me llama la atención. Eran las 19:11, es decir, el atardecer, pero no estaba oscuro como suele estar a esa hora por estos días. Y la contradicción no termina ahí, no. Como dije antes, el sol se encontraba al este, lo cual indicaba que era antes del mediodía. No sé por qué pero esta triple inconsistencia me resultó muy llamativa y, tampoco sé por qué, me parece aún sumamente importante.
Vuelvo al relato.
Mandé un mensaje de texto a Silvina preguntándole dónde estaba. No esperé la respuesta y comencé a buscarla en las calles, en los edificios semiabandonados y en todos los lugares donde pude hacerlo. Pero esos seres invasores del espacio exterior eran omniscientes, yo había usado recién mi teléfono celular y lo sabían. Por eso en ese momento pasé a ser uno más de los seres que debían ser destruidos, estaba condenado, mi muerte estaba decretada, lo sabía y sentía un enorme pesar.
Eso transformó mi misión en una doble empresa: huir y encontrar a Silvina. Encontrar a Silvina no era a esa altura un acto puramente altruista, más bien todo lo contrario, quería encontrarla para poder protegerla (aunque no sabía como, era más una expresión de deseo que otra cosa), pero creo que también sentía que ella era mi salvación, el único ser capaz de protegerme.
Iba por la calle mirando con atención a la gente que huía, tratando de ver si encontraba a Silvina, entré en edificios, a esa altura completamente abandonados, y los recorrí completos, sin suerte. En uno de esos edificios, que era muy alto, subí en ascensor, lo cual, creo, terminó de alertar a los seres de que yo era uno de los que debía ser destruido. Mientras subía, el ascensor (o quizás todo el edificio), comenzó a temblar. El ascensor se detuvo abruptamente y se abrió la puerta. Salí, estaba en un pasillo, de un lado había más ascensores y del otro puertas, supuse que de oficinas, todas cerradas. A los costados, enormes ventanales dejaban ver decenas de naves a cada lado destruyendo la ciudad. Por uno de esos ventanales apareció, más cerca que el resto, una enorme nave gris con luces anaranjadas que comenzó a atacarme. Los rayos anaranjados, que más que rayos parecían planos bidimensionales, no me disparaban a mí, más bien parecían cortar al edificio, tanto horizontal como verticalmente. Estaba seguro de que podría escapar si utilizaba las escaleras, pero no las encontraba. Busqué, busqué y nada. Mientras la nave, que alternaba su posición de horizontal a vertical, seguía atacando al edificio y resonaba en todos lados la voz que decía: ?cometiste un error y lo vas a pagar?. Todo temblaba, caí de culo al suelo, vi un rayo, vi al edificio partirse en dos, una fina línea recta se formó en el suelo de ventanal a ventanal (es decir, a lo largo de todo el pasillo) y el suelo bajo mis pies comenzó a separarse lentamente.
Ahí desperté, angustiado. Y esa angustia duró todo el día, incluso, en algunos momentos se acentuó, como por ejemplo cuando me estaba dirigiendo hacía el trabajo en tren y, al mirar por la ventanilla, hacía el este, vi el cielo anaranjado por encima del río.
Fuente: Flores Negras
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jueves, 14 de julio de 2011
9-7-2009 [Poesía]
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