La tecnología de siembra de nubes es ampliamente utilizada por muchos países del mundo en un intento de establecer un control sobre la naturaleza. Añaden yoduro de plata, hielo seco y nitrógeno líquido a las nubes causando la precipitación inmediata.
La gente pensaba en precipitaciones en el siglo 17. Ellos usaron el sonar de campanas y disparar a las nubes con el fin de presipitaciones.
Ahora esta tecnologia se esta utilizando en algunos paises para luchar contra la sequia.
En 1946, varios científicos consiguieron, mediante la siembra de una nube con anhídrido carbónico sólido que se produjese lluvia. A partir de entonces, sobre todo durante los años cincuenta, se hicieron bastantes intentos de aplicación de este proceso, tanto por parte de instituciones públicas como privadas que veían en la consolidación del proyecto la posibilidad de un éxito sin precedentes. El interés creciente llegó a su apogeo en los primeros años de la década de los setenta, época en la que las distintas empresas comerciales les ofrecían a los gobiernos de los países que más necesitaban agua, la posibilidad de la siembra de nubes.
Estas siembras se llevaban a cabo bien desde aviones, como en el caso de la primera siembra positiva, o desde el suelo. Para esto se quemaba en unos hornillos apropiados carbón de coque impregnado de yoduro de plata o de yoduro potásico en situaciones atmosféricas idóneas de forma que las columnas de humo ascendiesen hasta penetrar en la nube, donde el yoduro de plata (o el potásico) al cristalizar forma pequeños núcleos de condensación a los que se adhieren las gotitas hasta formar gotas más gruesas capaces de precipitarse.
Fue entonces cuando la OMM (Organización Meteorológica Mundial) decidió tomar cartas en el asunto y se inició (año 1975) el Proyecto de Intensificación de la Precipitación (PIP), como un experimento internacional, en el que hubiese un planteamiento adecuado para obtener unos resultados fidedignos. Tras una serie de estudios para elegir el lugar en el que llevar a cabo las pruebas pertinentes, se eligió la cuenca del Duero, en las proximidades de Valladolid, donde se realizaron tres campañas (años 1979, 1980 y 1981) con la participación de distintos países, en los que desde aviones con instrumentos y radares meteorológicos se analizaban las nubes para determinar si eran capaces de responder a la siembra con yoduro de plata. Al mismo tiempo, había que observar si ese tipo de nubes, con potencial de siembra, se prodigaban en la zona.
Por supuesto, se extrajeron consecuencias positivas que fueron un paso más en este apasionante estudio, pero se llegó a la conclusión de que el grado de incertidumbre era elevado y el coste, asimismo, excesivo para la rentabilidad que se podía obtener por lo que no se debía acometer de inmediato un proyecto masivo de siembra de nubes y sí, por el contrario, se estimó conveniente continuar con las siembras exploratorias.
También se han hecho y se continúan haciendo considerables esfuerzos para convertir el devastador granizo en lluvia. El sistema empleado es similar al de la producción de ésta. Es decir, consiste en aumentar los núcleos de condensación existentes en una nube en la que puede haber granizo para que se formen numerosos y pequeños gránulos que se vayan fundiendo y convirtiendo en lluvia antes de llegar al suelo, en lugar de pocos y grandes que se precipiten como pedrisco, empleándose para ello esos quemadores que hemos citado. En este campo, sin que se pueda decir que se ha encontrado la solución definitiva al problema, se han alcanzado mejores resultados que en cuanto a la lluvia.
Lo que parece claro es que modificar el tiempo, compitiendo con las fuertes energías que prevalecen en la atmósfera, es una tarea, hoy por hoy, imposible excepto con carácter muy local, aunque siga habiendo empresas o entidades que pregonen lo contrario. La conclusión final a la que se puede llegar es que los primeros éxitos llevaron a un desmesurado optimismo que posteriormente disminuyó sensiblemente y que en la actualidad no existen criterios cuantitativos y objetivos para determinar dónde y qué clase de nubes deberían sembrarse para obtener, con garantías, resultados satisfactorios. Y aunque la intensificación de la precipitación o la supresión del granizo continúan siendo una potencialidad real aún queda mucho por investigar tanto en la física de la atmósfera como en los laboratorios.
Habrá que contar, además, cuando la tecnología permita superar las deficiencias actualmente existentes para llevar a cabo esas modificaciones parciales del tiempo, con problemas jurídicos que de hecho se han planteado en algunas ocasiones. Los beneficios que un aumento de precipitación puedan suponer para determinados cultivos pueden ser perjudiciales para los colindantes. Se pueden producir lo que se denomina efectos fuera de zona, robo de nubes u otras circunstancias (una vez más, es aplicable aquello de que nunca llueve a gusto de todos). Habrá que reglamentar, por tanto, cuidadosamente, las actividades que en este campo se realicen y en esa línea de colaboración para la elaboración de directrices deberán trabajar las comunidades internacionales.
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martes, 25 de octubre de 2011
Manipulando el clima
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