lunes, 24 de octubre de 2011

Para un niño siempre hay una madre

Para un niño siempre hay una madre


No hacía mucho que había concluido la Segunda Guerra Mundial cuando un estudiante de medicina de la ciudad de Innsbruck en Austria se impresionó vivamente al contemplar por primera vez la vida tan lamentable que llevaban los niños huérfanos y abandonados.

Aun siendo bien atendidos en los orfanatos e instituciones similares, estos niños tenían todo lo que sus cuerpos necesitaban y, sin embargo, no se desarrollaban como los demás. Casi todos ellos crecían retraídos, huraños y suspicaces.



Al comprobar el enorme desamparo de los niños abandonados, Hermann Gmeiner tuvo una magnífica idea: ?crear alrededor del niño una nueva familia?.

Ya años atrás el doctor Meinhard Von Pfaundler profesor de pediatría en Munich había catalogado esta especie de enfermedad el nombre de ?hospitalismo?, es decir, un estado de depresión emocional motivado por la falta de cariño.

No importaba lo bueno que fueran las instituciones, para él, cientos de niños compartiendo su vida a diario, no era el lugar adecuado para su correcto desarrollo. No hacía sino romper en mil pedazos el mundo mágico de la niñez.

Vivían separados en grupos según edades y sexos. Con turnos rotativos no siempre les preparaba la comida la misma mujer, ni la que se sienta con ellos en la mesa, ni la que les ayuda a vestirse, ni la que les enseña a decir sus oraciones, todo su mundo queda entre los muros de la institución. Lo que Gmeiner pudo leer en los rostros de los niños austríacos abandonados fue la huella de una inmensa amargura.

Pero, de que forma podría ayudar él? Acaso colocando cada niño en el seno de una familia acogedora y feliz?. Si, ahí estaba la solución, pero muy pocas estaban capacitadas para ello, los efectos de la guerra no dejaban mucho hueco a la solidaridad.



Finalmente Gmeiner halló una respuesta a sus problemas. En realidad todo estribaba en encontrar la mujer apropiada, darle un hogar, y presentar ante ella un grupo de ocho o nueve niños de ambos sexos y diferentes edades y decirles simplemente: ?Tenga suyos son. Para toda su vida.? Y a los niños:? Esta es vuestra madre y éste es vuestro hogar?.




La idea resultaba magnífica, constituía un gran hallazgo el saber aprovechar una serie de cualidades de la madre naturaleza. Sencillamente poner juntos a una mujer y a unos niños; el instinto se encargaría de hacer el resto.



Sin embargo, el Estado y la Iglesia como casi siempre, se negaron a prestar al proyecto su apoyo económico. Estimaban que resultaba caro e imposible de llevar a la práctica. Y no dejaba de encerrar cierto peligro el mezclar niños de ambos sexos.Además donde podrían encontrar mujeres que fueran capaces de soportar tal responsabilidad?.



Gmeiner se dio cuenta de que, si quería que el plan se llevara a cabo, tendría que ser él en persona el que lo realizase. Abandonó sus estudios en la Facultad de Medicina, con 600 chelines en el bolsillo y con la ayuda de algunos compañeros fundó una institución con una cuota mensual de 1 chelín austriaco y comenzó a reclutar miembros. El gobierno y la Iglesia no habían logrado comprender, el pueblo sí.



Para aspirar al puesto, la mujer debía tener entre veinticinco y cuarenta años, ser soltera o viuda, sin hijos y poseer una salud excelente. A continuación, la aspirante debe presentar su ?curriculum vitae?, sufrir una serie de ?test? sicológicos y someterse a una menuciosa entrevista. Una cualidad especial que Gmeiner buscó en ellas es su aguante, es decir, la facultad de saber conservar la calma en las situaciones difíciles. La elegida comienza siendo una especie de tía, ayudando a las amas de todas las casas del pueblo. Mas tarde se encarga de llevar la casa mientras las madres están ausentes. Finalmente, la elegida se encarga de la casa de su futura familia de una manera definitiva.



En el año 1949 Gmeiner abrió su primera casa, enclavada sobre una colina en la pequeña localidad de Imst, en el Tirol. En 1966 habían levantadas 19 casas más en aquel lugar, cada una de las cuales habitada por una madre y ocho o nueve hijos formando conjuntamente la S.O.S.-Kinderdorf, ciudad de los niños.




También otro ocho ciudades de los niños diseminadas por Austria y Alemania, y siete por Francia. Todas recibían ayuda económica de los más de dos millones de miembros que llegó a formar las distintas instituciones SOS-Kinderdorf. En los años siguientes las actividades se extendieron más allá de Europa, la campaña ?Un grano de arroz?, consiguió bastantes fondos para construir la primera aldea infantil en Daegu, Corea, continuando su expansión por pueblos americanos y africanos.



Los chicos abandonan su ciudad al llegar a la edad en que concluye el periodo de enseñanza obligatoria, que en Austria es hasta los quince años. Algunos de ellos ingresan en trabajos, otros, en cambio continúan estudiando. Sin embargo, su antiguo hogar sigue siendo su hogar y su madre aún es su madre.



En 1985 el trabajo incesante de Hermann Gmeiner cuya juventud también se vio marcada por la temprana muerte de su madre, había fundado 233 mini-ciudades infantiles en 85 países.



Dedicado íntegramente a su causa durante toda su vida, sin profesión y sin hogar definido, murió en Insbruck en 1986 y fue enterrado en su primera ciudad de los muchachos en Imst. El proyecto S.O.S.-Kinderdorf está actualmente activo con más de 438 aldeas repartidas en más de 132 países.

?No creo que en este mundo en que vivimos haya escasez de cariño, no busquemos las respuestas en los razonamientos, sino en el corazón de un niño?.

fuente:Extraído de uno de los volúmenes de Readers Digest de 1967
No olvides visitar de nuevo Para un niño siempre hay una madre

No hay comentarios:

Publicar un comentario