Pataleando
Pasado algún tiempo, nuestra Ranita salió con una amiga a recorrer la ciudad, aprovechando los charcos que dejara una gran lluvia. Ustedes saben que las ranitas sienten una especial alegría luego de los grandes chaparrones, y que esta alegría las induce a salir de sus refugios para recorrer mundo.
Su paseo las llevó más allá de las quintas. Al pasar frente a una chacra de las afueras, se encontraron con un gran edificio que tenía las puertas abiertas. Y llenas de curiosidad se animaron mutuamente a entrar.
Era una quesería. En el centro de la gran sala había una enorme tina de leche. Desde el suelo hasta su borde, un tablón permitió a ambas ranitas, trepar hasta la gran ola, en su afán de ver cómo era la leche.
Pero calculando mal el último saltito, se fueron las dos de cabeza dentro de la tina, zambulléndose en la leche. Lamentablemente pasó lo que suele pasar siempre: caer fue una cosa fácil; salir, era el problema.
Porque desde la superficie de la leche hasta el borde del recipiente, había como dos cuartas de diferencia, y aquí era imposible ponerse en vertical. El líquido no ofrecía apoyo, ni para erguirse ni para saltar.
Comenzó el pataleo. Pero luego de un rato la amiga se dio por vencida. Constató que todos los esfuerzos eran inútiles, y se tiró al fondo. Lo último que se le escuchó fue: "Glu-glu-glú", que es lo que suelen decir todos los que se dan por vencidos.
Nuestra Ranita en cambio no se rindió. Se dijo que mientras viviera seguiría pataleando. Y pataleó, pataleó y pataleó. Tanta energía y constancia puso en su esfuerzo, que finalmente logró solidificar la nata que había en la leche, y parándose sobe el pan de manteca, hizo pie y salto para afuera.
Nota: Este cuento me lo contó un vasco. Un vasco lechero. ¡Cuándo no!
por Mamerto Menapace, publicado en Madera Verde, página 63 y 64 Editorial Patria Grande.
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domingo, 28 de agosto de 2011
Pataleando
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