jueves, 4 de agosto de 2011

Cuento Propio

OLVIDO



Ella paso corriendo, la saludo con un gesto de la mano ¿Qué más podía hacer? Ella tendría diecisiete años y el (por lo que dedujo mirándose al espejo) tendría unos setenta o tal vez sesenta y pocos mal llevados.
Decidió salir a su encuentro ¿Qué otra cosa podría hacer en su situación desesperada? -señorita, señorita-
Y en lugar de ella decir -ahora no puedo- y seguir corriendo, se detuvo, dio la vuelta y corrió hasta donde estaba el, permaneció a veinte centímetros con las manos en jarra y su piel húmeda de sudor, una pequeña criatura perfectamente formada, cabello negro y ensortijado detrás, pantaloncitos deportivos y un top, el trato repetidas veces que su vista no se detuvieran en la protuberancia de sus senos que subían y bajaban al respirar, tenía que tranquilizarse pero su excitación era desproporcionada, no solo tenía que disimular sus ganas de cogerla si no que debía eliminar ese deseo antes de enloquecer de lujuria, pero sin embargo siguió adelante con toda tenacidad, como si hubiera una combinación de palabras que asegurase no caer derrotado.

-Siempre me fijo en ti mientras corres-

-Yo también me he fijado que se fija en mí-

-¿Eres muy atrevida? - se sintió decir a si mismo

Pero ahora sentía que todo estaba fuera de control y que no dependía de él, que en cualquier momento ella le daría una bofetada o comenzaría a gritar

-¿En que estas pensado? ? dijo con audacia la corredora, con tanta audacia que él se sintió en desventaja y no supo que responder.

La muchacha tenia la piel bronceada y si bien tenía una figura increíble no era delgada, tenía las seductoras curvas que podrían llevar a un hombre de su edad a la tumba.
El pregunto ¿eres muy atrevida? Y ella respondió ¿en que estas pensando? ¿Y ahora qué? No tenía tiempo y lo sabia pero no quería pensar en la posibilidad de un rechazo humillante.
Se esforzaba por ocultar su inquietud (como deseaba unos lentes negros) sus ganas de tocarla.
Pero todo fue bien al parecer ya que cuando decidió sacar de su cartera un pedazo de papel y anoto su número de celular, ella lo tomo con una sonrisa gatuna que casi hace que le saltara encima en ese momento

-Ya sabes dónde estoy- dijo él y tuvo la increíble sensación de que se le endurecía el miembro como si tuviera quince años.
Ella le miro con sus pequeños y achinados ojos negros y le dijo

-Hay algo en usted fuera de lo común- y con gesto encantador sarrio corriendo agitando el papel en su mano, como si fuese una campana y él se sintió radiante cuando ella se lo guardo en el escote del top.
Pero eso fue hace tres días, tres días sin dormir, a la espera, luchando contra la maldición, aquella maldición que era invencible pero que en cambio a él le parecía que el hecho de follarse aquella niña seria de alguna manera una victoria contra ese negro destino.

El segundo día fue duro, decidió no salir como era lógico ya que estaba esperando el llamado de Leticia (nombre que había averiguado gracias a sus pesquisas por el barrio inmediatamente luego del encuentro con la chiquilla) se quedo en su casa bebiendo café y bañándose en tiempos regulares para mantener la vigila, incluso como acto previsor había llenado su mano de monedas, así al menor indicio de quedar dormido las monedas caerían e evitaría el desastre.

Pero por la noche comenzó lo que el mas temía, el dolor de cabeza, comenzó suavemente pero para la mañana del tercer día era una migraña hecha y derecha, ya no podría casi tolerar la luz ni los ruidos de ningún tipo ¿era que ella no iba a llamar? Tenía que hacerlo pronto o la perdería para siempre.
¿Pero por que lo haría? El era un harapiento anciano y ella una viril chiquilla, seguramente estaría en este momento desternillándose de risa con sus amigas imaginándolo así, esperando su llamado, intranquilo, dando vueltas junto al teléfono o tal vez masturbándose lastimeramente pensando en ella, seguramente todas reirían, si reirían.

Intento caminar hacia el baño pero le dolían espantosamente las piernas y la cadera, así que se sentó un rincón de su habitación los ojos no permanecerían abiertos mucho tiempo mas, los parpados era como dos ásperas rocas

Y llego el cuarto día y la migraña era ya insoportable incluso cuando encontraba la insulina y se la inyectaba, cosa que aunque le producían terribles alucinaciones, le resultaba mejor que aquella terrible jaqueca que corría como un espeso líquido negro por el cráneo hacia los ojos y le nublaba la vista
No podía soportarlo, vencido y llorando corrió hasta la cama tomo su cuaderno y anoto como lo hacían siempre antes de dormirse distintas versiones de sí mismo ?Te llamas Nicolás, no puedo explicártelo, solo no te duermas o lo olvidaras todo? y cayo desmayado sin que el ruido del teléfono furioso pudiera despertarlo.


Nicolas pedrucci
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